Cada noche Arthur repetía el mismo protocolo ceremonial antes de irse a dormir: sacaba una Pepsi bien fría del pequeño refrigerador de su cocina, tan fría que la escarcha rápidamente emblanquecía el color marrón de la botella. Apoyaba el borde de la chapa contra la esquina de la repisa de mármol y con un movimiento hacia abajo de su muñeca, hacía saltar el redondo tapón metálico. A continuación, siguiendo matemáticamente el proceso de su rutina, vertía el oscuro líquido en un vaso de cristal, su favorito, aquel que le había acompañado desde su infancia durante los desayunos desde que tuvo la suerte de ser el ganador de ese recipiente en un paquete de cereales de chocolate. Lo sujetó con su mano izquierda mientras el efecto de la gravedad hacia el trabajo de llenado. Teniendo cuidado de que la espuma no rebosase, se detuvo cuando quedaba la mitad del contenido en la botella, y con aires de satisfacción levantó el vaso hasta colocarlo a escasos centímetros de su oído. Pudo escuchar el relajante borboteo de las burbujas de gas escapar de la superficie del fluido, que se erguían y fundían con la atmósfera cargada de tabaco y olor a carne frita.
Arthur conocía el relajante poder que provoca la rutina y cuyo significado solo podía mantenerse en el tiempo si no era alterado por los inevitables contratiempos, si cada día todas sus actuaciones y quehaceres mantenían un orden que para él resultaba natural. Algo inviolable en su dirección, inmodificable en el transcurso de su vida y que mantenía la diferencia entre la cordura y la pérdida de todo juicio. Él conocía a la perfección las bonanzas de lo cotidiano, lo repetitivo, lo inmutable. Y era esa precisamente la palabra que le vino a la cabeza mientras la Pepsi inundaba su boca para deslizarse como una ola rota en la orilla sobre las paredes de su garganta. Lo inmutable le fascinaba, le provocaba la seguridad necesaria para afrontar el día a día. Pero sabía con total seguridad que pocas personas, aunque para él suficientes, pensaban de ese modo.
Tuvo en mente esta idea de forma clara y lúcida aquella misma tarde, cuando el vendedor de biblias ilustradas había tocado el timbre de su casa a las 18:10, la hora exacta en el que él se da la ducha con exactamente diez gramos de gel de olor a cereza. La misma hora en que se debía de disponer a abrir el grifo del agua caliente con un giro de su muñeca de diez grados hacia la izquierda, un hombre pulsó el botón de llamada de su puerta. El ring retumbó más en su subconsciente que en el tímpano, y ante la inviolabilidad de su rutina, con los ojos fijos en el retumbar de la campana en la pared, se rompió la delgada línea de su cordura.
Dando el último trago, dejó el vaso sobre la mesa, al lado de la sartén que aún braseaba los últimos restos de la cena. Y con la mano metida en el bolsillo del pijama, helada por efecto del refrigerio azucarado, no pudo evitar acordarse del mal rato que aquella inesperada visita le había hecho pasar. Como un recuerdo que le parecía imborrable en el tiempo, desvió la vista al cuchillero de la cocina. Diez huecos de madera que estaban ocupados, menos uno, por cuchillos de cerámica. Con la resignación que provoca la corrección de un error, avanzó hacia el salón en busca del afilado cuchillo que faltaba.
Caminando por la estancia con pasos cortos, se detuvo al décimo. Bajando en cuclillas, cogió el cuchillo por el mango. Lo apretó con sus dedos hasta que las venas se marcaron y tiró de él con fuerza. Se levantó con la dificultad que provoca la somnolencia de la noche y comprobando que su reloj de pared marcaba las 22:10 suspiró con el placer de la rutina salvada. Antes de dirigirse al dormitorio, observó la indeseable mala suerte del hombre que yacía boca abajo sobre su alfombra, aferrado aun con su mano, al maletín lleno de biblias.
Muy bueno y la imagen es brutal
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Muchas gracias! Me encanta que guste 😊. Un abrazo!
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Me gusta, la descripción de la cantidad de gel, de los grados de apertura del grifo es muy sutil.👌
Presentarse en el lugar y momento equivocados puede tener trágicas consecuencias.
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Nadie está seguro en ningún sitio, ni en el más tranquilo de los oficios.
Gracias por leerlo,un abrazo muy fuerte!
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Brillante entrada! Como un relato corto; describes la personalidad no solo estructurada de una paranoia, que seguramente viene de lejos, sino que asimismo das un eficaz remate, cuando a esa «consciencia», la sacan de su ruta. Un cordial saludo.
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Las mentes más perturbadas son muchas veces las más ordenadas.
Un abrazo y gracias por leerlo
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👏👏👏
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¡Vaya, ni en el más loco de sus sueños habrá imaginado el vendedor de biblias lo que podría ocurrirle! ¡Excelente historia, Al!
¡Un abrazo!
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Muchas gracias! Al menos le invitó a pasar! 😂
Un abrazo!
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¡Tenía que hacerlo!
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Excelente relato.
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Muchas gracias amigo! 🙂
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hola, excelente relato, me gustò mucho.
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Muchas gracias por dedicarme tu tiempo en leerlo. Un abrazo 🙂
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Me fascina!! 👏🏽👏🏽👏🏽👏🏽👏🏽
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Muchas gracias! 🙂
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… A ellas se aferró pensando en la salvacion. Lo otro es una enajenación mental transitoria. Muy bien escrito. Me gusta. Salud y saludos.
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Gracias por tus palabras Iñaki. Y disculpa la tardanza, pero el frío parece haber congelado este blog. Es hora de volver a ponerlo a rodar.
Un abrazo
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Me parece un relato escrito con un temple ideal,
un saludo.
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Excelente blog y excelente relato 🤗
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Muchas gracias!! 🙂
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¡Qué bueno! excelente relato, con esas descripciones minuciosas que tan bien sabes hacer. Y luego la historia que te mete en la cabeza del personaje con sus manías y su locura. ¡Hay que tener cuidado dónde y cuándo se llama al timbre…!
Abrazos.
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