Sweet Home…

Las rejillas de los altavoces vibraban al compás de la melancólica melodía “Sweet Home Alabama” que, durante el último año, gracias al poder de la nostalgia, se había convertido en el top diez de canciones estatales. No existía ninguna emisora de radio en todo el condado que no exhibiese el poderío acústico de aquel mítico grupo. Y de la misma forma que la electricidad se convertía en una macedonia de notas musicales, la gasolina transformaba su poder de ignición en el impulso que movía aquel viejo Peterbilt del 2002.

El camión rugía con el fervor de un lobo alfa, humeando el tóxico aliento por sus dos grandes escapes, que lucían de un impoluto cromado, culminando en una ondeante banderilla estadounidense. A sus mandos, George, sujetaba con firmeza el enorme volante y batía la imprecisa palanca de cambios cuando su querido amigo parecía quedarse sin respiración. Los focos del formidable vehículo alumbraban de la misma forma que podría hacerlo una torre de vigilancia, de esas que había en Berlín y mostraban de vez en cuando en algún documental de la Guerra Fría. Eran de una ayuda indispensable, donde la luna parecía haber desaparecido a pesar de que George sabía que esta noche le tocaba estar llena. Sin embargo, por algún capricho natural, sus luces eran las únicas que iluminaban la carretera de doble sentido que unía el condado de Kresstfield con Truend West.

Apretó el acelerador contra el piso, y la respuesta fue inmediata. Un temblor sacudió todo el chasis y la aguja del velocímetro escaló perezosa hasta llegar a las cincuenta millas. La carga que transportaba, repuestos para lavadoras, no parecieron quejarse del repentino aumento de velocidad. Sin embargo, la radio mostró su desconformidad con una interferencia, parecida a la que hacen los antiguos transistores cuando encuentran un dial vacío. George, alargó el dedo hacia la parte superior, donde estaba la rueda de la sintonización; y la giró hacia la izquierda consiguiendo filtrar mejor el sonido de la canción, que estaba en pleno estribillo. Pero en el momento en el que su mano regresó al volante, el ruido retomó. Esta vez más intensó, y crecía a cada segundo. La interferencia de la radio acompañó con un pitido muy desagradable, prácticamente parecía que iba a deshacerle el tímpano.
De forma instintiva golpeó el botón de apagado; una, dos, tres, cuatro veces… De forma compulsiva y rápida. Pero el aparato de radio/cd no respondía, seguía aumentando la intensidad del pitido. Uno de los altavoces delanteros empezó a emanar un hilo de humo grisáceo y el parabrisas vibraba con la amenaza de romperse ante el embiste de las ondas.

Fue en el momento en el que el humillo tocó el techo del camión, cuando una potente luz, surgida de algún punto de la carretera, iluminó frontalmente al vehículo, con tal intensidad que George tuvo que llevarse un brazo a los ojos y pisar el freno a fondo.

Las pastillas chirriaron con el desagradable efecto de una puerta mal engrasada, y los sistemas hidráulicos suspiraron un bufido intenso. La luminaria aumentaba más y más su intensidad, y el conductor intentaba apretar a fondo el tosco pedal del freno. Notaba el efecto de la frenada en la dirección, y el asiento vibraba por acción del sistema ABS, pero el velocímetro había alcanzado las sesenta millas por hora y seguía, inexplicablemente, escalando. Rápidamente la flecha alcanzó los ochenta, y George sintió como el pesado camión se elevaba del asfalto. Sabía que estaba flotando; el testigo de la presión de neumáticos se encendió y para cuando quiso darse cuenta, el Peterbilt volvió al suelo, golpeando con fuerza, y haciendo que él, saltase sobre el asiento.

La luz cesó, pero no quedó a oscuras, por lo menos no como antes. Innumerables farolas alumbraban la carretera. A izquierda y derecha veía edificios grisáceos; pero cuando volvió la vista al frente, un coche blanco con las luces de freno encendidas estaba detenido apenas a diez metros de él. Con un volantazo a la izquierda, el camión esquivó el taxi y atravesó el cruce. Siguió calle abajo, acompañado de los claxon del resto de conductores. Tiró hacia él del freno de emergencia y con el reventón de una rueda del tráiler, se detuvo a menos de tres palmos de una especie de fuente.
Confuso, se bajó de la cabina, y sujetándose la gorra de Pepsi, observó la escultura que lucía delante de él: una mujer subida a un carro tirado por leones.

12 respuestas a “Sweet Home…

  1. Hace un tiempo comentaste en una de mis publicaciones en una de las revistas digitales en las que participo. Ahora soy yo la que te felicito!
    Nunca dejes de escribir porque las letras pueden ser la mejor salida de emergencia, pero, sin lugar a dudas, son el mejor salto al vacío también.

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