Entre la bala y el café

Manuel caminaba de un lado a otro de la pequeña habitación de motel. Sujetaba en la mano un café en vaso de cartón, de esos que suelen darte cuando llevas mucha prisa y no puedes disfrutar de una buena cafetería. Iba vestido con un traje negro sin corbata, con los dos últimos botones del cuello desabrochados para soportar mejor el bochorno de aquel cuarto mohoso. La otra mano sujetaba un teléfono móvil.

En uno de esos recorridos de ida y vuelta sobre la moqueta raída, se detuvo frente al cadáver que tendía boca abajo tendido sobre ella. Se reclinó en cuclillas, y dando un sorbo al descafeinado, observó la pálida tez del muerto.

—¿Y bien? ¿A qué hora se encontró con él? —Manuel miró al otro hombre que estaba sentado en el borde de la cama con el colchón al descubierto.

—¿Yo?¿Eh?

Intentó desviar la mirada, pero sus ojos se clavaron en los del cadáver, que inyectados en sangre y con la cabeza ladeada, se fijaban hacia los pies del hombre.

—Eh… Hace cosa de una hora o así. Lo que tardé en avisar por teléfono al 112 y el tiempo en que ustedes llegaron—hablaba con la leve tartamudez que la situación provocaba.

—¿Me puede repetir su nombre? —Manuel se había reincorporado y de un trago largo se terminó el contenido del vaso. Sacó con dificultad una bolsita de plástico para pruebas y guardó el recipiente dentro—Será mejor no contaminar la escena del crimen ¿No cree?

—Claro… Me llamo Sergio… Sergio Díaz Toledo.

—Bien, Sergio. Quiero que me digas qué es lo que viste al llegar. Si viste a alguien o algo fuera de lugar—había abierto la mochila bandolera que llevaba a un lado y guardaba con cuidado la bolsa transparente con cierre hermético.

—Vi a un hombre. Salía de la habitación cuando yo llegaba para limpiarla. Hago siempre este turno y me gusta empezar por la 205—tragó saliva—Salió disparado, como si hubiese un maldito fuego dentro.

—Entiendo. ¿Y puede describir a ese hombre? —guardó el móvil que aún tenia en la mano, deslizándose con suavidad dentro del bolsillo del pantalón.

—No lo vi mucho ¿Sabe?… Pero si algo. Era rubio, bastante bajo… No creo que llegase al uno sesenta y cinto. Vestía con un chándal y lo que me pareció una especie de… Y claro, ahora viendo esto me parece lógico. Llevaba un arma en la mano.

—Ajá, ¿Qué clase de arma? —Sacó de nuevo una bolsa de pruebas y se agachó a dos pasos del muerto.

—No lo sé, una pistola o algo así. No entiendo de armas agente—el hombre se había llevado una mano a la frente para quitarse el sudor mientras hablaba.

—Lo dejaremos en arma de fuego.

Estiró su mano derecha para recoger los dos casquillos dorados del cuarenta y cinco que reposaban cerca del charco de sangre y los metió con delicadeza en la bolsa. De nuevo, junto a la anterior, la guardó en la bandolera.

Cuando se puso de pie, sacó su cartera de la chaqueta y la abrió para sacar un fajo de billetes atados por una goma elástica. Lo tiró de un golpe sobre la cama y dirigiéndose hacia la puerta dijo:

—Llamarás a la policía dentro de diez minutos y les dirás exactamente eso, como hemos practicado. Espero no tener que volver a pedir habitación.

—Desde luego… No, no diré otra cosa que eso. Lo juro.

—Bien…. Y cambia el café de esa mierda de máquina—fue lo último que dijo antes de cerrar con un portazo.

Sergio, con los billetes en la mano observaba la gorgoteante máquina de café que estaba con su piloto rojo encendido al lado de la cama. Gota a gota retumbó el sonido en su cabeza.

28 respuestas a “Entre la bala y el café

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