Cuando las luces acechan

—No gires tan deprisa, sabes que me mareo…—Sonia se sujetaba con la mano derecha al asa de la puerta.

—Si queremos llegar a la sesión de las diez mejor será que te agarres con las dos—Raúl giró la cabeza hacia ella con una sonrisa entre los labios.

—No me hace gracia. Además nos da tiempo de sobra.
Él, sujetando con las dos manos el volante del Opel Astra, insignia viva de los años noventa, levantó el pie del acelerador para dejar que el coche redujese antes de llegar a la rotonda. Una de las tantas que habían ido construyendo a las afueras de la ciudad.

—¿Cómo se llamaba la película? — giró el volante hacia la derecha para entrar y seguidamente a la izquierda para tomar el giro circular—La que vamos a ver digo.

—El Guardián Invisible. ¡Pero si la has elegido tú! —rio de incredulidad mientras su mano izquierda se había acercado a su nuca para acariciarle.

—Si eso. No me acordaba del título—activó el intermitente derecho y tomó la segunda salida.

Circularon por la carretera bajo el compás de Cadena 100 y solo un petardeo inesperado del tubo de escape hacia la competencia a la última canción de moda que revotaba en los altavoces de las puertas. Entre la orquesta, Raúl desvió la vista de la calzada para mirar la cara de ella, que tenía la vista fijada en la carretera y la boca abierta. Pisó el pedal de freno y los discos de tambor chirriaron como un gato maltratado.

En frente de ellos se veían dos luces azules muy intensas de un coche de la Policía Local de Gijón. Estaba detenido en medio de la carretera, en sentido de circulación y con las dos puertas abiertas. Delante se podía intuir las luces rojas de posición de otro vehículo también parado.

—¿Un control de alcoholemia? De verdad? En medio de esta carretera? —siguió frenando hasta que el Opel quedó completamente estacionado a dos metros del patrullero. —No puedo pasar, están en medio de la maldita calle.

—¿Pero tú ves algo? —Sonia se había desabrochado el cinturón y levantaba la cabeza para poder obtener una mejor visión.

—No te quites eso—dijo en voz baja—Al final nos multan, ya verás.

Pero siendo incoherente con lo que había dicho, también se desabrochó el cinturón de seguridad y empezó a moverse de un lado a otro dentro del habitáculo para conseguir ver algo.

—El coche de la policía está vacío, y no están delante. Creo que el otro coche también está vacío. Fíjate, se puede ver la luz del interior, tienen los dos las puertas abiertas.

Tocó el claxon con las dos manos en dos pitidos largos. No ocurrió nada.

—¿Pero qué? —Raúl abrió su portezuela y se bajó del Opel. La cerró de nuevo cuando estuvo erguido sobre el suelo.

Avanzó los dos metros que distaban hasta que tuvo el coche patrulla delante de él.

Lo rodeó por el lateral izquierdo y vio que en su interior no había nadie. La emisora de radio colgaba hacia afuera desde el asiento y casi tocaba el asfalto. Se balanceaba como un péndulo de reloj. Una huella ensangrentada se había impreso en el cristal del conductor y goteaba desde su base marcando un reguero que dividía la puerta en dos mitades.

Los parlantes emitían un conjunto casi indescifrable de susurros alborotadores:

[-Central a 17K. 17K responda], [9K, 9K, necesitamos una ambulancia en Cimadevilla. Santo Dios, envíen ayuda] [Aquí Unidad J ¿Alguien sabe que ocurre en la zona de Pumarín? Tenemos una revuelta vecinal, o eso parece. Hay aquí tres heridos, tienen como mordidas en el cuello. No sé qué demonios pasa Central, envíen ayuda]. [Central, aquí unidad 27 motorizada. Tenemos detenido a un padre que ha intentado morder a su hija. Necesitamos asistencia médica de inmediato, parece que está como drogado]

La emisora empezó a emitir un rugido de interferencias y ahora ni el propio MI-5 británico hubiese podido descifrar los mensajes que salían de ese coche patrulla.

Movió las piernas para obligarse a caminar hacia el segundo coche el cual ahora se veía con claridad la marca y modelo. Era un Kia Sorento y de la misma forma que el Peugeot de la policía, tenía las dos puertas abiertas como Raúl pudo predecir.

—Sonia, ¡Quédate en el coche y avisa al 112! —lo gritó sin darse la vuelta, avanzando hasta conseguir alcanzar la entrada del todocamino.

El interior también estaba vacío, pero a diferencia del otro, había un enorme charco de sangre justo a sus pies. La radio tenia sintonizada la misma canción que ellos venían escuchando y eso le hizo ponerle los pelos de punta.

—No hay señal—Ella se había bajado manteniéndose al lado del Astra con el móvil en las manos—No funciona nada… tampoco tengo datos.
Sin responder ni detenerse, Raúl se desplazó hasta poder contemplar la parte delantera del Kia. Bajo la defensa, tirada en el suelo, se encontraba una pistola semiautomática. La reglamentaria de doce disparos de los municipales.

Levantó la mirada y pudo intuir un bulto delante de él, en la carretera, apenas a doce metros. Un bulto amarillo que reflejaba como una estrella los faros bi-xenón del todoterreno. Una figura agazapada en cuclillas y encorvada sobre un segundo objeto distorsionado que le daba la espalda. La silueta, vestida con el chaleco refractante de la policía local, se irguió como un borracho alcoholizado. Y en el momento en que su enorme figura inclinada torpemente sobre su pierna izquierda consiguió ponerse completamente de pie, Raúl pudo ver que el segundo bulto era un hombre trajeado que estaba tumbado boca arriba, y los haces de luz ahora iluminaban su desgarrado pecho, dejando relucir al cielo nocturno sus más oscuras entrañas.

El policía, girando sobre sus propios pies y con la dificultad que los tobillos muertos pueden otorgar a un hombre de metro noventa, quedó cara a cara con el joven asustado que ahora sostenía entre sus manos el arma de fuego.

Las rodillas de aquel ser chasquearon cuando iniciaron su acercamiento y un gruñido de gas pestilente emanó de su garganta putrefacta. Los brazos, estirados y perpendiculares al suelo, hacían gala del interés por capturar la presa.

Sonia dejó caer el móvil al suelo cuando la primera detonación emanó del cañón. La segunda y tercera fueron consecutivas, quizás innecesarias, pues al primer impacto en la cabeza el caminante estaba desplomado en el suelo.

34 respuestas a “Cuando las luces acechan

  1. Grandísimo relato. Dominas a la perfección el arte de la tensión, cosa que es muy difícil de conseguir (casi imposible) en tan poco espacio. Tienes un estilo muy personal que me encanta. Pocos escritores consagrados podrían hacer algo así… tendriamos que irnos a Stephen King y parecidos

    Un saludo

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  2. Holaaa
    Ya vi algun relato que pusiste en Twitter, pero hasta ahora no me habia animado a comentar.
    Uffff, tienes un don para la narrativa. Me encantaria que hicieras una segunda parte de esto.

    Un besazo!

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